LAS HORCAS CAUDINAS. EL DÍA QUE ROMA FUE HUMILLADA POR LOS SAMNITAS

¿SABÍAS QUE HUBO UN TIEMPO EN EL QUE LOS SAMNITAS RIVALIZARON CON LOS ROMANOS POR EL CENTRO DE ITALIA? ¿Y QUE FUE PRECISAMENTE ESTE PUEBLO EL QUE INFIRIÓ LA PRINCIPAL HUMILLACIÓN DE LA HISTORIA DE ROMA?

Mucho antes de las guerras contra los cartagineses y los pueblos germánicos, los romanos tuvieron que hacer frente a otros poderosos enemigos por el dominio de la Península Itálica. Aquellos fueron años en los que los habitantes de la ciudad del Lacio no imperaban todavía sobre sus vecinos italianos, y sangre, sudor y lágrimas les costó alcanzar la posición de preponderancia de la que sus descendientes disfrutarían en el futuro.

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Distribución de los pueblos itálicos antes de la conquista romana

Y quizás sus mayores rivales, tras los albanos y junto con los galos cisalpinos del caudillo Breno, fueron los samnitas, un pueblo recio y tenaz que ofreció una enorme resistencia al imperialismo romano y que a punto estuvo de erradicarlo.

Los SAMNITAS fueron una tribu itálica establecida desde antaño (c. 800 a.C.) en el centro de la península. Hablaban el idioma osco y habían constituido una organización política en torno a núcleos de población (Juvanum, Beneventum, Larinum, etc.) que integraban asimismo gentes heterogéneas como los caracenos o los hirpinos, aunque a la sazón todos ellos eran samnitas.

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Guerreros samnitas del siglo III a.C.

Su estructura militar era sólida y sus guerreros nada tenían que envidiar a los romanos, de manera que las batallas entre ambos contendientes fueron siempre feroces.

Así, entre 477 y 282 a.C. tuvieron lugar hasta tres sanguinarios conflictos entre romanos y samnitas por el control geopolítico del centro de Italia, resultando el episodio más recordado la célebre batalla de las HORCAS CAUDINAS, las Furculae Caudinae.  Acaeció en 321 a.C., en el contexto de la Segunda Guerra Samnita, y tuvo como consecuencia una de las mayores humillaciones militares de la Historia de Roma.

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Territorios de disputa entre romanos y samnitas

Todo comenzó en un campamento romano próximo a Calacia y capitaneado nada menos que por los dos cónsules del año, Espurio Postumio Albino y Tito Veturio Calvino. En sus tácticas de guerra, los estrategas de la Antigüedad se valían de la información que podían extraer de las gentes del lugar, y poseían además numerosos espías infiltrados en las líneas enemigas. Pero esto era un arma de doble filo, ya que en ocasiones podían recibir también noticias falsas que daban al traste con sus objetivos.

Esto es lo que sucedió en aquel campamento fortificado cerca de Calacia. En determinado momento, los oficiales romanos entraron en contacto con unos pastores locales, que les informaron de que el ejercito samnita del general Cayo Poncio se encontraba asediando la ciudad de Lucera. Los cónsules romanos se frotaron las manos ante aquella nueva que les permitía tomar ventaja sobre sus enemigos y cogerlos desprevenidos ignorando que todo era un ardid, pues los pastores eran en realidad soldados samnitas disfrazados.

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Legionarios romanos de época republicana

Espurio Postumio y Tito Veturio, engatusados por los samnitas, decidieron armar un ejército de 50.000 hombres, según las fuentes, para liberar Lucera, plaza fuerte aliada, del supuesto sitio al que estaba sometida. Para llegar a tiempo, el camino más veloz era un angosto valle que se extendía entre dos montes, en la cordillera de los Apeninos, conocido como las Horcas Caudinas, por su cercanía a la localidad samnita de Caudium.  

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Emplazamiento de la batalla de las Horcas Caudinas

Sin darse cuenta de su error, los cónsules romanos habían metido a sus hombres en la boca del lobo. Se trataba de un desfiladero muy estrecho, y pronto los veteranos comenzaron a sentirse inquietos. Y su desasosiego se transformó en frustración cuando de pronto se toparon con una enorme barricada de piedras y troncos erigida allí por el enemigo para cortarles el paso. Encerrados en aquel pasadizo, los generales dieron órdenes de regresar a los legionarios, pero colisionaron a sus espaldas con una nueva fortificación poderosamente defendida por el ejército samnita.

Incapacitados para avanzar o retroceder, la única posibilidad para los legionarios era tratar de remontar las pendientes que se levantaban a ambos flancos de la columna. Sin embargo, la suerte de quienes pretendieron huir por esta vía fue fatal, pues los samnitas los ensartaban fácilmente con sus saetas y jabalinas desde lo alto del desfiladero.

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Los samnitas controlaban perfectamente el territorio

En lo alto de una colina, desde su posición de privilegio, el general samnita Cayo Poncio contemplaba a los enemigos encerrados en la trampa como animalillos en una jaula. Tenía en sus manos la posibilidad de aniquilar a los romanos bajo la palma de su mano. No obstante, no terminaba de decidirse en la forma en que lo haría.

Hubiese sido sencillo masacrar con sus arqueros a los miles de legionarios encajados en la depresión, pero contrariamente a eso, el líder samnita decidió buscar el consejo de su padre Herenio, a quien consideraba más sabio y preparado para tomar una decisión de ese calado.

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Soldados samnitas

Herenio respondió a su vástago de forma contradictoria, y le advirtió: “Si aniquilas a los soldados de Roma, ésta dejará de ser un peligro para los samnitas, pero si un día se recuperan, nos odiarán tanto que querrán matar hasta el último de nosotros. Por otra parte, si los dejas libres después de desarmarlos, no solo los debilitarás, sino que además ganarás su amistad y respeto”.

Ante la ambigüedad de las respuestas de su sabio progenitor, Poncio se decantó por la segunda de las opciones, si bien no la llevó a cabo según los consejos de Herenio. Liberó a los romanos, sí, pero en lugar de ganarse su admiración los humilló, y los cónsules aceptaron disgustados aquel castigo para evitar que las tropas, que ya morían de hambre y sed, padecieran mayores estragos.

¿En qué consistió la humillación perpetrada por los samnitas?

Los soldados fueron desarmados y desvestidos, y en ropa interior forzados a desfilar uno detrás de otro por debajo de tres lanzas ubicadas en forma rectangular sobre el suelo. En resumidas cuentas, tuvieron que PASAR POR EL YUGO, y de ahí surgió la expresión que tanto se ha utilizado desde entonces.

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Además de la humillación a la que fueron sometidos, los cónsules romanos se vieron forzados a firmar un tratado con los samnitas en el que comprometían al Senado de Roma a entregar al enemigo las poblaciones de Fregelae, Terentinum y Satricum, además de someterse a la evacuación de los colonos de Lucera y del valle del río Liris. Para garantizar que el acuerdo fuera respetado, Poncio retuvo a 600 caballeros romanos mientras los cónsules informaban del mismo a los senadores.

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Y así fue. El pacto fue ratificado por el Senado de Roma, pero sus integrantes se despojaron de sus togas purpúreas y las fiestas y matrimonios fueron vetados durante todo el año. Buena parte de los legionarios que habían participado en la guerra, avergonzados, se refugiaron en los campos y trataron de pasar inadvertidos en los tiempos sucesivos.

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Sin embargo, aquella humillación se grabaría a sangre y fuego en la piel de los romanos, quienes tiempo después, en 316 a.C., retomarían las hostilidades para terminar definitivamente con sus enemigos samnitas. Tal vez por aquel entonces los descendientes samnitas de las Horcas Caudinas se arrepintieron de no haber exterminado al enemigo cuando tuvieron la oportunidad.

Os dejo un vídeo para seguir indagando:

 

 

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